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sábado, 9 de julio de 2011

CENTENARIO DEL DESCUBRIMIENTO DE LA RADIACTIVIDAD

Entre el grupo de eruditos que aquél 20 de enero de 1896 en París, durante la sesión de la Académie des Sciences, escuchaban asombrados la exposición que Henri Poincaré hacía del descubrimiento de los rayos X, llevado a cabo no hacía ni dos meses y medio por Röntgen en el Instituto de Física de la Universidad de Wurzburgo, se encontraba Antoine Henri Becquerel, a quien todo esto le interesaba de modo muy especial ya que él había estudiado la fosforescencia y la fluorescencia de las sales de uranio.
Queriendo comprobar si los cuerpos fluorescentes y fosforescentes, expuestos a la luz solar, serían capaces de emitir también los invisibles rayos X, reunió en su laboratorio todas las sustancias fluorescentes y fosforescentes que pudo encontrar y, tras colocarlas sobre placas fotográficas, debidamente protegidas, y exponerlas al sol durante al menos un par de horas, se encontró al revelarlas que nada anormal había sucedido, excepto en el caso del sulfato doble de uranio y potasio. Durante los días que siguieron Becquerel se entregó a un estudio frenético, observando que la luminosidad visible de las sales de uranio después de su exposición al sol era muy corta mientras que había una radiación invisible que permanecía durante días sin disminuir y que incluso un electroscopio cargado, puesto en la proximidad de una de estas sales de uranio perdía rápidamente su carga, como también sucedía con los rayos Röntgen.

El 24 de Febrero Becquerel presentó una comunicación a la Académie des Sciences en la que señalaba que: <<los rayos emitidos por la sal de uranio expuesta a la luz solar impresionan, a través de una espesa envoltura de papel negro, una placa fotográfica>>. Desde esa fecha Becquerel se ve forzado a interrumpir sus experiencias debido a que estaba nublado, guardando en un cajón la placa fotográfica, debidamente protegida, y la sal de uranio preparada. Como quiera que el tiempo no cambiaba, el día 1 de marzo decidió revelar la placa, encontrando que ésta se había ennegrecido exactamente igual que cuando la exponía al sol, lo que de inmediato presentó a la Académie en forma de comunicación el 2 de marzo. Las comunicaciones de Becquerel publicadas en los Comptes Rendus casi se atropellaban unas a otras.
Para Becquerel quedaba claro que no se trataba ni de la fluorescencia ni de la fosforescencia, por lo que en un principio bautizó a la nueva radiación como ³fluorescencia invisible², término que posteriormente se cambió por el de ³rayos Becquerel².
La palabra radiactivo fue utilizada por primera vez por los esposos Curie en su comunicado del 18 de julio de 1898 a la Académie des Sciences para describir el comportamiento de sustancias como el uranio. Marie Curie, buscando un tema de vanguardia para su tesis doctoral en 1897, se decidió por el estudio cuantitativo de los por entonces denominados rayos Becquerel, utilizando el electrómetro de cuarzo piezoeléctrico, desarrollado unos años antes por Pierre Curie y su hermano Jacques. Su electrómetro demostró que la pechblenda era cuatro veces más activa que el uranio, y la calcolita dos veces más, concluyendo que estos dos minerales debían contener pequeñas cantidades de otra sustancia considerablemente más activa que el uranio mismo.
Para comprobar esta hipótesis Marie y Pierre unieron sus esfuerzos. Pierre se ocuparía preferentemente de los aspectos físicos (estudio de las propiedades de las radiaciones) y Marie de los químicos (separación y purificación de los elementos radiactivos). El 27 de junio de 1898 comunicaban a la Académie el descubrimiento de un nuevo elemento al que decidieron denominar polonio en honor del país de origen de Marie y el 11 de diciembre de ese mismo año comunicaban de nuevo a la Académie el descubrimiento del elemento radiactivo por excelencia: el radio.

Los primeros estudios sobre la ionización producida por los rayos uránicos fueron realizados por Rhutherford, llevándole a concluir [Philosophical Magazine 47, 109 (1899)] que el uranio emitía diversos tipos de radiación, que denominó a y b (la radiación g fue descubierta por Paul Villard en 1900).
Midiendo el cociente e/m pronto comprobó que los rayos b eran electrones que se movían a gran velocidad. Averiguar la naturaleza de la radiación a fue un problema mucho más complicado, que sólo pudo comenzar a resolver hacia 1903. En 1904 Rutherford ya consideraba abiertamente la posibilidad de si las partículas a eran o no núcleos de helio. No obstante, hasta 1908 no estuvo lo suficientemente seguro [E. Rutherford y H. Geiger, The charge and nature of the a-particle, Proc. R. Soc. London 81, 162 (1908)].

En 1900 el alemán Otto Walkhoff descubrió que la radiación emitida por el elemento radio llega a destruir los tejidos orgánicos, pensándose inmediatamente en su aplicación en el tratamiento terapéutico. Oudin y Verchère lo ensayaron en 1905 en los tumores uterinos y desde 1913 se hizo general la necesidad de combinar en los tumores la cirugía y la radioterapia profunda. Representó un paso importante la introducción del tubo termoiónico de Coolige, iniciándose el desarrollo sistemático de la radioterapia externa, que culminó en 1922 con un tubo que operaba a 200 kV y permitía una irradiación media y profunda. En 1927, Lacassagne filtró la radiación de radio con platino, lo que permite la utilización de los rayos g, eliminando los a y b de longitud de onda más larga. Coutard, a partir de 1930, aplicó el procedimiento de grandes dosis fraccionadas, en sesiones diarias o alternas, que en la actualidad puede considerarse como el método estándar.
José María Bocanegra Garcés es profesor en el I. B. ³Pablo Picasso².
Fuente:

José María Bocanegra

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